Por Jorge Gómez Barata
Después de la Primera Guerra Mundial, cuando debutaron los carros de combate, la aviación, los submarinos y las comunicaciones inalámbricas, los visores nocturnos, las ametralladoras, los morteros y otros medios de combate ligados al desarrollo de las tecnologías y las aplicaciones de la ciencia, en la planificación de las acciones combativas la intuición de los comandantes fue complementada por el cálculo matemático.
Tal vez en estos momentos, en la Sala de Análisis del Comando Central Norteamericano en Qatar, a partir del procesamiento de un enorme volumen de datos se realiza la selección de los blancos para la operación contra Irán, se calculan los plazos, las necesidades de fuego y se establece la cooperación entre todas las fuerzas.
En aquel entorno de donde están ausentes las emociones y la compasión, profesionales de las armas elaboran la “Carta de Fuego”, un plan milimétrico en el cual se fija el momento exacto en que cada arma abrirá fuego y contra qué blancos lo hará. Los jóvenes militares que morirán les son tan indiferentes como los civiles asesinados que las estadísticas recogerán como daños colaterales.
En virtud de esa planificación, primero entran en acción las armas de más largo alcance, usualmente las más letales, que atacarán los centros de mando y comunicaciones, las base de cohetes y las rampas de lanzamiento móviles, las defensas anti áreas y la aviación; las concentraciones de tropas terrestres, artillería y blindados, los puertos y aeropuertos, las instalaciones energéticas, las autopistas, los puentes, vías ferras, acueductos y decenas de otros objetivos. Entre los blancos prioritarios estarán las oficinas gubernamentales y las instalaciones que aseguran la supervivencia de la sociedad iraní y le permiten defenderse.
El ataque que debe comenzar con fuerzas convencionales será iniciado simultáneamente por los misiles lanzados desde los buques desplegados en el Golfo Pérsico, el mar Rojo y las rampas instaladas en Irán, la artillería de largo alcance de los destructores que se aproximan a las costas y baten a los efectivos de la armada iraní y a las instalaciones portuarias.
El inventario de misiles y cohetes, del ejército, la armada y la fuerza aérea norteamericana llena casi cuarenta páginas aunque los Tomahawk y Pershing de alcance intermedio lanzados desde los buques, en una operación coordinada con ataques masivos de la aviación estratégica procedente de las bases en la región y en Europa, en Israel e incluso de territorio norteamericano, a los que se sumarán las naves basificadas en los portaviones, incluyendo las que pueden despegar desde países ex soviéticos. Un ataque de esta naturaleza que puede prolongarse durante varios días incluirá andanadas de miles de misiles, misiones de la aviación y decena de miles de toneladas de bombas.
Para Irán que se defiende y no tiene la menor oportunidad de establecer una correlación de fuerzas cuantitativa y cualitativa que le permita nivelar las acciones, existen dos opciones: lanzar sus fuerzas aeronavales al encuentro con las oleadas agresoras con el riesgo de que sea ultimada o preservarla para operaciones de riposta contra Israel, contra la fuerzas norteamericanas en Iraq y Afganistán y la caza de objetivos de alta rentabilidad.
A estas alturas nadie descarta que desatada una locura semejante, se produzca un golpe masivo sorpresivo contra las instalaciones nucleares, las bases coheteriles, los centros mando, las bases aéreas y las agrupaciones de tropas de Corea del Norte que puede tomar la iniciativa y, usando todo su arsenal nuclear, barrer del mapa a Seúl y otras ciudades de Corea del Sur. Lo diferente de este caso es que Estados Unidos no podrá evadir el combate terrestre contra las oleadas de tropas de infantería y blindados coreanos que se lanzaran sobre Corea del Sur y la ocuparan.
A todas estas los lectores se preguntaran que ha ocurrirá con las instalaciones nucleares de Irán y cuál es su prioridad en la selección de blancos. La respuesta es ninguna. Irán no dispone bombas atómicas ni cohetes intercontinentales, no tiene una flota de submarinos atómicos que puedan estar escondidos a miles de metros de profundidad cerca de las costas norteamericanas para golpear sus ciudades y los pequeños reactores nucleares de que dispone son absolutamente inofensivos.
No obstante, aunque nada tengan que ver con ningún programa para la construcción de bombas atómicas, los cinco pequeños reactores nucleares de investigación que posee Irán y cuyas prestaciones están por debajo de aquellos de que disponen las facultades de física y energética de las universidades norteamericanas, serán barridos del mapa.
Las localidades de Bushehr donde desde hace más cuarenta años se construye una central nuclear, Arak donde se encuentra uno de los reactores de investigación, Ahvaz donde se planea construir una electronuclear con un reactor fabricado en Irán, Bonab, Isfahan, Karajaj, Chalus y otras localidades donde se realizan actividades de producción de combustible nuclear, investigaciones medicas y agrícolas ligadas al átomo y los territorios donde están las minas de uranio serán barridos del mapa y sus imágenes mostradas como sitios demoniacos desde donde unos salvajes que mil años atrás fomentaron las bases de la cultura humana planificaban destruir a occidente.
Si como algunos analistas suponen, en una decisión insólita, Estados Unidos decide utilizar desde el principio armas nucleares contra un país que no las posee, ha dicho que no las quiere y en el peor de los casos según la CIA tardaría como mínimo dos años en lograr alguna, se cometería un crimen ante el cual Hiroshima y Nagasaki parecerían simples ensayos
En cualquier caso mientras no se traspase la línea de no retorno y los misiles puedan ser abortados, los aviones regresados y los cañones enfundados, habrá oportunidades para la paz. Al final todo queda a los hombres y a los líderes. De ellos y de que, asistidos por la razón o la Providencia, saquen a tiempo los dedos de los gatillos, depende todo.
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